El Día que Nietzsche Lloró, es una adaptación teatral de la novela homónima, que da cuenta de los encuentros entre Josef Breuer, maestro y amigo del joven Freud, y Friedrich Nietzsche, el filósofo que supo encarnar la desesperanza de la civilización occidental. Ambientada a fines del Siglo XIX, la puesta combina el plano del inconsciente con el de la realidad, poniendo en escena el clima teórico-intelectual de la época, informa la gacetilla de prensa.
Los conocimientos sobre la temática y la época abordadas no son para nada necesarios, aunque pueden servir como un esbozo levísimo de marco conceptual/contextual. Ya he expresado en otros lugares –y lo repito militantemente- que soy de las personas que están convencidas de que el disfrute del evento teatral trasciende estos aspectos dado que, como ocurre con toda obra artística, puede interpretarse, leerse, gozarse desde el propio bagage social, simbólico y cultural de cada espectadora/or.
Durante los veinte minutos que lleva el ingreso de lxs asistentes a la sala, la escenografía es iluminada desde distintas posiciones y colores. Puede tratarse de una demorada prueba de luces que también sirve a manera de un “preámbulo escénico” en el que se presentan, desnudas de personajes y de textos, las distintas locaciones, permitiendo conocer el espacio antes de que se desarrolle la acción. A lo largo de la representación no hay cambios en la escenografía (salvo el desplazamiento del sillón y de la humilde cama), y la iluminación y las sombras –en distintos colores e intensidades que reverberan y repiten los del vestuario- marcan acertadamente la ambientación y la delimitación de esos espacios, que efectivamente enmarcan y contextualizan los diálogos.
Me interesa considerar algunos aspectos de la representación que –sin ser los centrales- aportan diferentes elementos para lo que, sutilmente, podría considerarse un análisis de la puesta desde una perspectiva feminista. El campo, al menos fuera del ámbito académico y localmente, en Buenos Aires, está muy poco explorado.
La temática de la ficción teatral es diáfana y accesible; no considero relevante ponderar la calidad de la adaptación a partir de la novela ni el de su contenido histórico social que, puntualmente, me alejarían de lo que yo misma defino como un enfoque feminista. Un desafío posible es, entonces, encontrar la fisura que -en discursos que se construyen como si fueran cerrados y “universales”, pero en lo masculino (léase heteropatriarcal)- permita descubrir las opresiones y conflictos que atraviesan a quienes se posicionan lejos o afuera de la máxima/única jerarquía de ese patrón de falsa universalidad, así como las estrategias de resistencia que se ponen en práctica en esta situación.
La puesta de Lía Jelín recurre un dispositivo escénico de dos niveles que remiten obviamente a las dualidades entre los planos conscientes e inconscientes, realidades/ficciones, vigilias/sueños y, por qué no, masculino/femenino (nótese, esta vez, el uso del singular), conectados por escaleras, ventanas que se abren y también, por supuesto, por la propia persepctiva que ofrece la platea.
Las mujeres (la esposa, la paciente/amante, la de inteligencia diabólica) habitan el nivel superior y sólo en contadas ocasiones se mueven hacia el de la realidad; cuando hablan, siempre se dirigen a sus mentores/tutores masculinos. No hay atisbos de diálogos ni comunicación entre ellas, ni siquiera en el bello momento en que danzan las tres pero sin conectarse; se trata de una suerte de pesadilla de aquellos que parecen obsesionados por sus turbadoras existencias… “y si ella no existiera, ¿cuáles serían sus pensamientos?”.
En efecto, ellas resultan a veces obstáculos, a veces motores, siempre criaturas (o mejor dicho “creaciones”) sin vida propia, marionetas materialmente fuera del plano humano (masculino). Por eso –informa la gacetilla que probablemente refleje el pensamiento de la directora- “las mujeres aparecen en colores y texturas suaves […]. En los hombres, los colores son neutros […]. El contraste de color entre hombres y mujeres responde a que ellas son reflejos del imaginario de estos intelectuales de la época.”
Como tantas otras, esta historia/relato/ficción/obra acentúa la construcción social de la historia por y para los varones, tenidos como sujetos universales. Las mujeres siguen siendo personajes coloridos pero sin sustancia propia. Este color, el detalle sensible del que son portadoras, refuerza en su reiteración las convenciones héteropatriarcales.
Lo mismo puede decirse del rápido desplazamiento en lo que –para una mirada crítica y medianamente experta- es una clara relación homosexual entre los protagonistas ficcionales. Este acercamiento se sugiere en varias ocasiones, pero se difumina velozmente. El silenciamiento de la atracción –no necesariamente física- es un límite cortante que sería interesante abordar con mayor profundidad.
A modo de cierre de este informalísimo comentario, transcribo los párrafos finales de un texto encontrado gracias a la tecnología googleana
http://negracubana.nireblog.com/post/2007/07/18/una-defensa-academicamente-feminista,
de hecho el único aparecido bajo “crítica teatral feminista”. Lamentablemente, no encontré el nombre de la autora de la nota, que alude a una investigación personal sobre crítica teatral con perspectiva feminista que encaró sobre la obra de un dramaturgo cubano. Sus reflexiones tienen validez general (tampoco pude rastrear la bibliografía citada)
“En Cuba, donde la crítica teatral feminista es un fenómeno eventual y discontinuo, las lecturas intencionadas de textos de autores masculinos para desnudar las huellas de la ideología de género (Suárez Briones, 1997:5) son más escasas aún. No solo por la carencia metodológica en la formación de los teatristas, sino porque las convenciones culturales tacharán de “obsesiva” cualquier mirada que intente sistematizar las huellas de una ideología discriminadora. El discurso hegemónico sigue siendo patriarcal y, aunque ya pocos se atrevan a expresar en público su sexismo, se practica una complaciente ceguera que no reconoce las discriminaciones para no discriminar (Rodríguez Calderón, 1999:187). Así se perpetúan actitudes y convicciones: con el silencio sobre espacios conflictivos de la realidad textual o escénica, que es reflejo de la realidad toda. […]
Realizar esta “lectura intencionada” (Castillo Barrientos, 1999:160) me permite llamar la atención de lectores, espectadores y críticos sobre la expresión de criterios cargados de prejuicios sexistas, o puntos de vista estereotipados sobre –mas bien contra– las mujeres. Este método, que será legítimo hasta que sean desarticuladas todas las actitudes de discriminación por sexo que operan sobre la interpretación convencional de las relaciones sociales, dando por natural la subordinación de la mujer al hombre, “es una forma de acción y de compromiso con cambiar las estructuras del mundo real” (Suárez Briones, 1997:3).”
Como tantas otras, esta historia/relato/ficción/obra acentúa la construcción social de la historia por y para los varones, tenidos como sujetos universales. Las mujeres siguen siendo personajes coloridos pero sin sustancia propia. Este color, el detalle sensible del que son portadoras, refuerza en su reiteración las convenciones héteropatriarcales.
Lo mismo puede decirse del rápido desplazamiento en lo que –para una mirada crítica y medianamente experta- es una clara relación homosexual entre los protagonistas ficcionales. Este acercamiento se sugiere en varias ocasiones, pero se difumina velozmente. El silenciamiento de la atracción –no necesariamente física- es un límite cortante que sería interesante abordar con mayor profundidad.
A modo de cierre de este informalísimo comentario, transcribo los párrafos finales de un texto encontrado gracias a la tecnología googleana
http://negracubana.nireblog.com/post/2007/07/18/una-defensa-academicamente-feminista,
de hecho el único aparecido bajo “crítica teatral feminista”. Lamentablemente, no encontré el nombre de la autora de la nota, que alude a una investigación personal sobre crítica teatral con perspectiva feminista que encaró sobre la obra de un dramaturgo cubano. Sus reflexiones tienen validez general (tampoco pude rastrear la bibliografía citada)
“En Cuba, donde la crítica teatral feminista es un fenómeno eventual y discontinuo, las lecturas intencionadas de textos de autores masculinos para desnudar las huellas de la ideología de género (Suárez Briones, 1997:5) son más escasas aún. No solo por la carencia metodológica en la formación de los teatristas, sino porque las convenciones culturales tacharán de “obsesiva” cualquier mirada que intente sistematizar las huellas de una ideología discriminadora. El discurso hegemónico sigue siendo patriarcal y, aunque ya pocos se atrevan a expresar en público su sexismo, se practica una complaciente ceguera que no reconoce las discriminaciones para no discriminar (Rodríguez Calderón, 1999:187). Así se perpetúan actitudes y convicciones: con el silencio sobre espacios conflictivos de la realidad textual o escénica, que es reflejo de la realidad toda. […]
Realizar esta “lectura intencionada” (Castillo Barrientos, 1999:160) me permite llamar la atención de lectores, espectadores y críticos sobre la expresión de criterios cargados de prejuicios sexistas, o puntos de vista estereotipados sobre –mas bien contra– las mujeres. Este método, que será legítimo hasta que sean desarticuladas todas las actitudes de discriminación por sexo que operan sobre la interpretación convencional de las relaciones sociales, dando por natural la subordinación de la mujer al hombre, “es una forma de acción y de compromiso con cambiar las estructuras del mundo real” (Suárez Briones, 1997:3).”
funciones: Jueves a Domingo, a las 21hs
Lugar: Teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062
Informes: 4815-5665 / 4812-4228
Entrada: Desde $35, Desc a Est y Jub
Lugar: Teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062
Informes: 4815-5665 / 4812-4228
Entrada: Desde $35, Desc a Est y Jub
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