Acaba de morir su segundo marido, y Bernarda se viste con su “solero verde” (que tiene unas manzanas celestes estampadas sobre fondo blanco).
En “Bernarda Alba”, la de Federico García Lorca, solo hay mujeres oprimidas y opresoras, enclaustradas en la triste maldición de su mujeridad (que también puede decirse feminidad porque en el texto y también en las varias puestas y versiones más o menos libres que conozco (no son tantas) no desglosan –y están infinitamente lejos de hacerlo- el “sexo” del “género”.
Oprimidas y opresoras como dos caras de la misma moneda, la de las mujeres como animales domésticos confinadas en un mundo propio que gira, ciertamente, alrededor de un sol viril y potente. Así se construyen, demasiado a menudo, los discursos textuales, físicos, simbólicos, que revisten y sostienen a las mujeres reales y ficcionales.
La Bernarda que compone Gimena Riestra en su personal recreación no escapa a esta estereotipia tan contundente. Pero se permite (perdón por la expresión notablemente paternalista) “tirar una cana al aire”. Desde mi propia perspectiva, la artista respeta a la protagonista lorquiana (alude o dice cruciales fragmentos de su texto) y se aventura convenientemente explorando los pliegues del personaje. Esta Bernarda no cuestiona su situación, su condición, no llega a descubrirse amaestrada pero –como tantísimas otras mujeres- tiene una riqueza propia, ejerce mínimamente lo que le viene en gana y esto merece aplauso. Es una pena que no haya encontrado la manera de romper su encasillamiento mujeril, que su habilidad (que ella misma remarca y celebra) para quitarse fácil y rápidamente “las piedras del camino” llegue solamente hasta el límite de la travesura íntima. Por supuesto, es crucial el paso de atreverse a burlar al marido muerto, a las hijas un poco pusilánimes, a ella misma. Pero en toda la función no dejé de preguntarme “¿qué hubiera pasado si esta Bernarda se arriesgaba a dar tres pasos mas y se inventaba feminista?”.
(gacetilla de prensa e info sobre la obra más abajo, en este mismo blog)
sonia gonorazky
En “Bernarda Alba”, la de Federico García Lorca, solo hay mujeres oprimidas y opresoras, enclaustradas en la triste maldición de su mujeridad (que también puede decirse feminidad porque en el texto y también en las varias puestas y versiones más o menos libres que conozco (no son tantas) no desglosan –y están infinitamente lejos de hacerlo- el “sexo” del “género”.
Oprimidas y opresoras como dos caras de la misma moneda, la de las mujeres como animales domésticos confinadas en un mundo propio que gira, ciertamente, alrededor de un sol viril y potente. Así se construyen, demasiado a menudo, los discursos textuales, físicos, simbólicos, que revisten y sostienen a las mujeres reales y ficcionales.
La Bernarda que compone Gimena Riestra en su personal recreación no escapa a esta estereotipia tan contundente. Pero se permite (perdón por la expresión notablemente paternalista) “tirar una cana al aire”. Desde mi propia perspectiva, la artista respeta a la protagonista lorquiana (alude o dice cruciales fragmentos de su texto) y se aventura convenientemente explorando los pliegues del personaje. Esta Bernarda no cuestiona su situación, su condición, no llega a descubrirse amaestrada pero –como tantísimas otras mujeres- tiene una riqueza propia, ejerce mínimamente lo que le viene en gana y esto merece aplauso. Es una pena que no haya encontrado la manera de romper su encasillamiento mujeril, que su habilidad (que ella misma remarca y celebra) para quitarse fácil y rápidamente “las piedras del camino” llegue solamente hasta el límite de la travesura íntima. Por supuesto, es crucial el paso de atreverse a burlar al marido muerto, a las hijas un poco pusilánimes, a ella misma. Pero en toda la función no dejé de preguntarme “¿qué hubiera pasado si esta Bernarda se arriesgaba a dar tres pasos mas y se inventaba feminista?”.
(gacetilla de prensa e info sobre la obra más abajo, en este mismo blog)
sonia gonorazky
No hay comentarios:
Publicar un comentario