lunes, 19 de enero de 2009

Experiencias conocidas, sensaciones novedosas…

A ciegas con Luz

Norma Lisa Tubida comparte su primer experiencia en "teatro ciego"


Anoche estuve en el Centro de Teatro Ciego, para mi cita “A solas con Luz”, una experiencia realmente a ciegas, en la más absoluta, absolutísima oscuridad. Estrenada hace unos cuatro meses, la propuesta de esta compañía (que tiene también una obra teatral en cartel hace ya siete años) es un recorrido exquisito por la música y la canción, los olores, los sabores, las texturas de los alimentos… y todo lo que una quiera imaginarse y pueda permitirse. No por nada, al finalizar la función hablaron de los “siete sentidos”… y nadie se atrevió a preguntar cuáles eran los otros tres que no nos enseñaron en la escuela… ¿será que cada quien prefirió imaginarlo en soledad?

La experiencia de enfrentarse a una contundente oscuridad es realmente impresionante… aquí no hay nada de “acostumbrarse” a la penumbra… porque no hay penumbra. El espacio es pura sombra, ni un atisbo de luz. Al entrar a la sala, en trencitos de a cuatro (la cantidad de comensales por mesa) se siente en seguida a las pupilas, dilatándose al máximo… en vano.

Me sorprendió la forma de socializar de quienes asistimos al espectáculo… es cierto que no se trata de una obra teatral, donde expectadores y expectadoras se encuentran individualmente con la experiencia que se les ofrece… pero de todas maneras, y aunque no soy para nada una entendida en estas cuestiones, estoy convencida que la oscuridad invitó a todas y todos a ser más amables, o menos formales, a deponer la timidez. En mi mesa, un grupo de tres personas que se conocían entre sí, y yo. Los dos hombres y la mujer ya habían experimentado la sensación del teatro ciego, y en la cola antes de entrar hablaban sobre la sensación de claustrofobia, del fuerte impacto emotivo de la oscuridad… Y entramos, nos guiaron lentamente hasta nuestra mesa. Nos habían indicado agarrar con las dos manos los hombros de quien iba adelante. Ese contacto físico entre personas que no se conocen ya es una experiencia poco habitual. Lo inesperado fue que también los pies se chocaron, al avanzar vacilantemente… Y así llegamos a nuestra mesa, donde nos guiaron a nuestras sillas… nuevamente, manos que se tocan sin desearlo ni esperarlo… la oscuridad suaviza hasta borrar la sensación invasiva que acostumbramos experimentar en estas situaciones.

Y así. No voy a extenderme mucho más en las posibilidades, en los redescubrimientos con olores, sabores, texturas… contactos que en un momento una se pregunta si fueron o no accidentales. Pero sí quiero contar en el anexo de más abajo mis audacias de esa noche, que fueron varias. Un poco, por puro narcisismo, no voy a negarlo. Pero otros pocos más para dejar entornada la posibilidad de encontrarse con estos “atrevimientos” y usarlos como partida para ser más libres a la luz del sol o de las lámparas, para reflexionar sobre la contundencia disciplinadora de la mirada ajena que ¡oh sorpresa! la iluminación habilita para quienes están o podrían estar leyendo este comentario. Aquello del panóptico de Bentham se empequeñece o cobra nuevo sentido para quienes, por ateísmo o comodidad, piensan que deshacerse de la mirada de dios libera la conciencia…

La experiencia es maravillosa, aunque el valor de la entrada puede parecernos un tanto costoso (sale ochenta pesos por persona, incluida la cena y la bebida) a las de bolsillo-gasolero-por-necesidad-más-que-por-gusto.

Anexo: Mis Audacias
Audacia 1, beber dos copas de vino blanco, es cierto que convertido en ambrosía con una proporción igual de agua mineral. Esperando a nuestra guía para entrar a la sala, comenté a mis compañeros y compañera de mesa: “total, me van a guiar para entrar y también para salir”...

Audacia 2, devorar sin pausa los panecillos ofrecidos, costumbre que aunque practico en soledad, depongo generalmente cuando comparto la mesa. Por cierto, choqué varias veces con las mismas manos.

Audacia 3. De pronto se me ocurrió que podría desvestirme… ¿qué ocurriría?, ¿cuántas personas estarían pensando lo mismo?... ¿cómo me sentiría si las luces se encendían sin aviso? ¿cómo experimentaría yo mi propio cuerpo en esa situación? Sin duda, era allí el lugar adecuado para buscar algunas respuestas. Tal vez la relación/interacción con mi cuerpo es más particular de lo que supongo, y yo sea más distante, más temerosa, más reflexiva que ustedes… pero lo dudo.
Así fue que me saqué la remera y, enseguida, el corpiño. ¿Debía haber consultado a quienes me acompañaban en la mesa, o a cada persona presente si les causaría incomodidad mi desnudez parcial? Claro que no (la Sonia que yo era hace 5 años sin duda hubiera contestado “claro que sí”). Ahora, que estaba tetas al aire, ¿debía advertir a quienes de otro modo no se enterarían, salvo movimientos deliberados?... la idea me seducía, pero no me decidí, pensaba que en eso siempre habría algo de “pedir permiso” que quería eludir. Hasta que llegó Gabriel, el mozo de nuestra mesa. Gabriel es ciego, y yo no había pensado en que él al acercarse, posiblemente rozara mi espalda para orientarse y no plantarse en el lugar de mi silla. Sirvió la bebida y entonces me decidí: “Gabriel, está permitido sacarse la ropa?”. Él ya sabía lo que el resto no sabía, y yo me desmayaba un poco porque de pronto caí en cuenta de que tal vez estaba siendo irrespetuosa… pero el juego aquí es complejo, y no quiero extenderme mucho más.
Para terminar este anexo de audacias, quiero decir que me sorprendió la pasmosa indiferencia de mis acompañantes de banquete cuando Gabriel confirmó “por lo menos, la espalda, estás desnuda”. Al terminar el espectáculo, decentemente vestida para la mirada ajena, le pedí disculpas a Gabriel, más por formalidad y atención hacia él que por considerarlo necesario… al fin y al cabo, la compañía de teatro ciego nos pidió al entrar que apagáramos celulares, nos dijo que podíamos pedir auxilio o ayuda si queríamos retirarnos en cualquier momento, nos tranquilizó sobre que los vasos no se volcarían, pero nada dijo sobre quitarse la ropa… Íntimamente tengo la convicción que no fui la única, y hasta que hubo algo de sexo…


"a ciegas con luz"


Autor: Centro Argentino de Teatro Ciego http://teatrociego.org/
Centro Argentino de Teatro Ciego
Elenco: Autoría, Dirección y Producción General: Centro Argentino de Teatro Ciego.
Lugar: Centro Argentino de Teatro Ciego (Pje. Zelaya 3006 – 6379-8596, a tres cuadras de la estación Carlos Gardel del Subte B)
Horario: Domingos a las 21 horas
Precio de las localidades: $80.